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La estufa

Cuando mi tía Agustina me regaló la estufa a parafina le di bendiciones y cargué a los heridos. Sequé sus ropas y cosí sus calcetas. Confirmé el recorrido perdido que habías llevado por tu distracción. Caíste lejos del encuentro y debí preguntar por ti y los otros. Tres dudas me cerraron el cerebro y quise ser animal, cuando el agua me dijo que importaba, que un error lo comete cualquiera.

La estética no es pura, es grasosa y febril.
Cuaresma por el acantilado al que tantas veces caí.

Cuando entendí el contexto miré a mi tía Agustina, quien me cerró un ojo cómplice, y me regaló una sopaipilla pasada. Llevabas un vestido tan excéntrico tía, pero no quise decirte nada, por si te ofendías.
Tía mía: Yo recuerdo cuando rezaste por mí y teníamos alitas las dos y buscábamos encender la estufa con casi nada de parafina. Llamé al Lucho y le pedí que me regalara un poco, llegó a los cinco minutos y nos ayudó a mi tía Agustina y a mí a encender la estufa nueva. Mi tía le convidó sopaipillas, que el Lucho se comió al tiro porque estaba muerto de hambre y después mi tía le dijo amablemente que si se podía retirar y que gracias.
Al Lucho no le quedó otra, más que devolverse para su casa con la guata llena y cinco litros de parafina menos.

Valeria Jara

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