-> Ítalo Acevedo - El tiempo en la cama

El tiempo en la cama



Todas las mañanas se levanta a las cinco con treinta de la mañana. Besa a su mujer y se mete a la ducha. Sale quince minutos después y prepara su desayuno. Mientras, lee el periódico. Entra a su habitación para terminar de vestirse y peinarse. Besa nuevamente a su mujer y sale hacia su trabajo.

En cuanto él sale de casa ella se levanta. No se baña ni se viste. Prende un cigarro y comienza a pasear por la casa. Entra en la cocina y mira la mesa. Hay una taza para ella lista para servir. Se rasca la cabeza y sigue de largo, hacia una sala que está al fondo de la casa. Allí hay papeles por todos lados junto con sus pinturas. Se detiene en la entrada de la puerta mientras fuma y observa.

Él llega a su trabajo a las seis con treinta. Se sienta en su escritorio y observa durante cinco minutos la foto de su mujer que tiene junto al computador. La ama. A veces desea poder pasar más tiempo junto a ella, poder apreciar mejor las sus pinturas. Pasados los cinco minutos, deja la foto a un lado, comienza a trabajar y no piensa más en ella durante todo el día.

Elige un par de pinceles y comienza a pintar. Son líneas, trazos plasmados casi al azar. Anoche no pudo dormir. Pasaba su mano por sobre el hombro de su esposo dormido. Con la punta del pincel apenas toca la tela, y siente como él se estremece sin despertar. Se acerca a él suavemente y comienza a respirar en su cuello, en su oído, sintiendo cómo la tela absorbe cada gota de pintura mientras se expande por ella. Cada vez los trazos se van volviendo más gruesos, con más fuerza, y ella sabe que si se acerca un poco a su oído y comienza a susurrar con un leve jadeo su nombre lo despertará; y la tomará con fuerza mientras la pintura desborda por los márgenes. Lo abraza con sus piernas y se aferra a él. Los colores revuelan en su cabeza, y la cama ya no es suficiente para encerrar su pintura.

Comienza a salir de su trabajo y siente que ella habla en su oído. Semidormido toma su rostro y la besa. Presiona su cuerpo contra el de ella mientras sujeta su pierna. Recorre su brazo, hasta llegar a su hombro; allí se detiene y baja del auto en el lugar en donde siempre compra los mismos chocolates para su mujer. Al llegar verá la pintura en la cual está trabajando su mujer. Le dirá que son imágenes íntimas, llenas de trazos cadenciosos, y ella se limitará a separar los labios, inhalando suavemente, como queriendo atraparlo con sólo un suspiro.

Ella sabe que basta sólo con gemir su nombre en su oído para que despierte y la ame. Sonó la alarma y ella cerró los ojos, dejando caer el pincel.

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